Levi Mejía / Colaboración/
El transporte público en nuestro país no es más que un freno rotundo a una posibilidad de desarrollo económico y social. No solo nos hace ver mal como país, sino además afecta la dignidad de la población. Esto debido a que el servicio no respeta a las personas como seres humanos, y lo peor de todo, cobra vidas. Entonces, ¿Cómo es posible que a ninguna autoridad le interese hacer algo para mejorarlo? Tal vez no solucionarlo en su totalidad, pero podría mejorar en algunos aspectos.
Al menos para devolver un poco de dignidad y respeto a las personas.
Existe una guerra obsesionada por los pasajes, la cual se demuestra en la irresponsabilidad al llenar los buses como si fueran de hule; todos caben. Pilotos, si se les puede llamar así, no les importa el hecho que son responsables de transportar a cientos de almas diariamente en medio de persecuciones de alto riesgo, muchas de ellas terminando en tragedias fatales; todo por las competencias que hacen para “ver quien hace más pasaje”.
No existe control alguno –nada visible-, no hay nadie a quien le interese que a partir de las seis de la tarde los precios del pasaje suban de dos a cinco quetzales, dependiendo de la ruta. Los usuarios del transporte ya no se dan abasto para lidiar con este tipo de robo que los pilotos hacen arbitrariamente. Adicionalmente, no es suficiente que los usuarios se vean obligados a hacer inmensas colas en paradas que no brindan seguridad alguna para llegar a sus lugares de destino, sino que también deben poner a prueba su paciencia al encontrar que los buses viajan a “a vuelta de rueda”, sin importarles en lo absoluto el tiempo de los usuarios. Van de parada en parada, viendo si se acerca el siguiente bus de su misma ruta y cuando ven que este se les acerca, es ahí donde comienza el viaje mortal.
Otro problema del servicio de transporte público son los famosos ayudantes de bus, mejor conocidos como “brochas” que no son más que la copia del mismo al que están asistiendo: abusivos, altaneros, aprovechados, depravados, etcétera. Lo peor de todo es que hay casos en los que son cuatro o hasta cinco brochas en un bus, quienes van durante todo el transcurso del mortal viaje hablando altanerías, insultándose entre ellos, propiciando pleitos con otros brochas, cortejando (en el mejor de los casos, si se le puede llamar así) a las jovencitas que les llaman la atención y haciendo cualquier tipo de patanerías para llamar su atención. En algunos casos, incluso se les puede ver fumar e ingerir licor dentro de las unidades.
Todo esto apoyado obviamente por el piloto, quien incluso en ocasiones permite que el brocha conduzca el bus en plena ruta con pasajeros a bordo para que aprenda a manejar.
Además de la situación de los pilotos y brochas, es importante mencionar el estado de los buses, responsabilidad de sus propietarios. No todos se encuentran funcionando adecuadamente , a pesar que esa es una de las condiciones que los transportistas deben cumplir al recibir el subsidio del Estado. A todo lo anterior se le puede abonar otros factores: el temor a ser asaltados y como ya se ha visto en anteriores ocasiones, perder la vida; las constantes situaciones de acoso sexual de pilotos, brochas y lamentablemente también de otros usuarios. Existe una constante falta de respeto hacia los adultos mayores, quienes en la mayoría de veces son discriminados por los pilotos, quienes ni se detienen ante ellos, porque saben que poseen su carné de adulto mayor que les brinda el derecho de recibir el servicio gratuito.
Todas estas situaciones y problemáticas planteadas, se dan tanto en las rutas comunes como en el servicio del Transurbano, el cual a pesar que se mostró en sus inicios como un servicio diferente, ya es parte del servicio deficiente que se critica. Cabe mencionar aquel dicho que cita “escoba nueva barre bien”.
En vista de lo anterior, muchas preguntas vienen a mi mente.
¿Para qué sirve el subsidio que paga el Estado al transporte público? ¿Qué pasa con esos Q300 millones que reciben los empresarios anualmente? ¿Dónde se ve reflejado este ingreso si el servicio que se presta sigue siendo precario, los buses no están en buenas condiciones y no poseen las garantías mínimas de seguridad, comenzando por quienes los conducen?
No sé a quién le pueda interesar hacer algo. Como mencioné, no únicamente al usuario le perjudica; lamentablemente todos somos vulnerables a tropezar con estos marginados servicios. Nos vemos mal, la imagen de nuestro país se ve manchada con esta peste que nos avergüenza día con día, y lo peor -lo repito- es la dignidad socavada de la gente a diario y las vidas perdidas por estas situaciones de corrupción y negligencia. Qué desalentador puede ser el panorama cuando se determina que del 100% que brinda este servicio –haciendo referencia a los buses, sus pilotos y brochas– únicamente el 17% brinda un servicio de calidad, siendo generosos y un tanto optimistas.
Sin embargo, debido a que el problema del transporte público no nos afecta a todos por igual, no se hace nada. Como afecta más a quienes tienen menos recursos, es ahí donde los gobernantes, autoridades y empresarios no les importa y no priorizan el tema. Es difícil encontrar a alguien con poder de decisión que le pueda interesar esto, pues la mayoría de de funcionarios y personas con influencia en los gobiernos o que podrían hacer algo, tienen carros propios e incluso, choferes. El resto de la población que puede tener la posibilidad de un carro, viven del individualismo, donde si ellos están bien, no importa lo que vivan las otras personas; incluso, en muchos casos, ni se enteran.
Nuevamente, caemos a la pregunta inicial. ¿A quién le interesa?
Fotografía: www.wishfish.org