Es evidente que el proceso de educación tradicional, en las sociedades de la información, se transformaría de forma progresiva por las facilidades que la tecnología ofrece en la comunicación y el acceso a datos. Los avatares de la pandemia, han venido a acelerar el proceso de metamorfosis. Así, tan rápido como llegó el virus, le acompañó el distanciamiento y con ello, la educación virtual.  La cuestión es que la irrupción y la falta de previsibilidad de los gobernantes, hizo que nuestro desfasado sistema educativo se viera desprovisto de insumos, para ajustarse a las medidas de prevención.

La repentinidad del contratiempo, conllevó decisiones aventuradas y aún en la actualidad, las instituciones educativas todavía no se han adecuado completamente a las exigencias de calidad, para la educación en línea. Luego de poner sobre la mesa el tema de la educación superior, en un encuentro del que participamos varios estudiantes centroamericanos de universidades públicas, concluimos en varios puntos en común; que aquejan por igual a la región:

En primer lugar, observamos la ausencia de comunicación que existe entre las autoridades y estudiantes. Esto va desde el profesor en las aulas virtuales, hasta las autoridades de mayor jerarquía, que no atienden a la voz de las y los universitarios.

En segundo lugar, distinguimos la falta de capacitación docente para dirigir el proceso educativo de modo virtual. Esto ha hecho perder valor y calidad a las clases magistrales y la desresponsabilización del catedrático; que trata de sustituir con exceso de entrega material digital y asignación de trabajos fuera de clase.

En tercer lugar, identificamos el problema de carecer de una plataforma de uso general en cada institución universitaria, esto provoca que la información que recibimos quede difusa en una gran diversidad de plataformas y en el amplio campo de información que ofrece la red.

Por último, un problema que hemos identificado, es el inacceso de universitarios a dispositivos e internet. A este problema las autoridades universitarias tampoco han presentado una respuesta, siendo este el problema más acuciante, pues de esto depende la continuación del proceso educativo.

En general, la experiencia de la educación presencial se ha trasladado a la experiencia de la educación virtual y las autoridades no han ofrecido soluciones viables con la celeridad necesaria.

Para esto, pongo un ejemplo que se da en la Universidad pública del país: El hacinamiento en las aulas, antes de la pandemia, era parte de la cotidianidad universitaria; esto hacía que varios estudiantes se quedarán fuera de clases por falta de espacio. Ahora sucede lo mismo, algunos estudiantes se quedan fuera de clases debido a que las plataformas que se utilizan, tienen un máximo de usuarios para las sesiones virtuales y este límite, no es suficiente para grupos de clase de hasta doscientos estudiantes. Y después de casi un semestre en línea, aún no se cuenta con una plataforma.

Esta opinión, únicamente pretende aportar al concurrido debate de la educación durante la pandemia y del incierto futuro de la educación presencial; la mirada de las y los estudiantes como sujetos del proceso de aprendizaje, perspectiva que poco ha sido considerada. Además de hacer ver que, a pesar que en el caso de Guatemala se han presentado propuestas para posibles soluciones, de parte de las instituciones de representación estudiantil, estas han sido prácticamente, descartadas.

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