Gabriela Carrera/ Opinión/
Hay una universidad en Guatemala que está en medio de un “pueblito”. Es una universidad privada que, me imagino, ha cambiado la vida de todos aquellos que vivían y viven en sus alrededores. Una parte queda de lado del estacionamiento, otra atrás, otra enfrente. Familias enteras que al dar unos cuantos pasos se encuentran en su hogar, y en otros cuantos están en su casa de estudios, o su lugar de trabajo. Me he preguntado (yo haciéndome siempre preguntas), cómo se viven estas desigualdades de Guatemala, cuál el papel de una universidad, de una comunidad académica que busca la transformación de nuestro país, frente a Concepción Las Lomas.
¿Qué podríamos hacer como landivarianos para construir realidades locales diferentes, si están tan cercanas?
Sabemos que Guatemala es un país de contrastes, es un país de desigualdades extremas. Pero esta es la postal de Concepción Las Lomas: desde hace varias décadas ha cambiado su paisaje, residenciales y edificios de apartamentos han traído nuevos vecinos, un centro comercial de máximo lujo –como nunca antes visto en Guatemala- está a escasos kilómetros, recordando que no todas las tiendas son para todos los consumidores, carros y camionetas se amontonan a ciertas horas, existen estrechas o nulas banquetas, y muchos de los niños que van a la escuela tal vez no podrán nunca estudiar en la universidad privada que está detrás de una pared de una de sus aulas o de su espacio recreativo. Así es Guatemala.
Mientras me hago la pregunta, o las preguntas, me he dicho que sería interesante ser parte de todo un proceso de transformación local desde la Universidad, en la que yo también trabajo por el momento. Pienso en una comunidad universitaria que botara las paredes que nos dividen y que alargara sus ideales por una vida más digna en todos sus sentidos. Me he imaginado, por ejemplo, a estudiantes de arquitectura y diseño trabajando junto a los propietarios de los locales de Concepción las Lomas para tener mejores condiciones en sus negocios, o hablando de urbanidad junto al Instituto de Investigación en Diseño; a estudiantes de pedagogía compartiendo con los dos centros educativos de primaria que hay en los alrededores o al Instituto de Transformación de Conflictos para la Paz, hablando con niños para vivir en un mundo diferente al violento de hoy; a estudiantes de Ciencias económicas promoviendo nuevas y creativas formas de ser emprendedores; estudiantes de nutrición en campañas con mujeres para saber qué necesita una familia para estar sana; estudiantes de Ciencias Políticas haciendo talleres junto a ciudadanos para informar sobre lo que pasa en la coyuntura política hoy, maneras de involucrarse en las decisiones municipales que les interesen… Me imagino, sueño despierta.
A veces, me lo digo a mi misma sobre todo, quisiéramos cambiar el mundo, la realidad nacional, y no sabemos por dónde empezar. Tal vez con solo salir del edificio O, del fumadero a las 7 de la mañana y ver a todos esos niños que van a la escuela, tal vez ahí esté mi respuesta, nuestra respuesta. No sé dónde los cambios estructurales se producen, pero estoy convencida de que son los necesarios a combatir, y tampoco sé si lo que antes miraba como meros síntomas de problemas más grandes, como la realidad local de Concepción Las Lomas, son una puerta de entrada y de coherencia, en la búsqueda y construcción de realidades diferentes a la que tenemos hoy.
Tal vez la trinchera de los problemas estructurales empieza más cerca de nosotros, y no en el anquilosado Congreso o la tan desgastada silla presidencial.