Gabriela Sosa / Opinión /
El próximo fin de semana se estrenará la película Insurgente, la continuación de Divergente, las cuales están basadas en los libros de Verónica Roth. Aunque muchos la calificarán como otra película adolescente, es en realidad, como otras de su género, una alegoría de nuestra sociedad. Últimamente se ha dado una tendencia a escribir acerca de un futuro imperfecto para la humanidad, las llamadas distopías. Sin embargo, no es nada nuevo, ya que el género de ciencia ficción ha estado haciendo esto por décadas.
No obstante, tal vez por ser orientadas a un público más joven o por los avances tecnológicos actuales que permiten llevarlas al cine, se han puesto de moda en los últimos años. Como todo lo que se pone de moda, es fácil descartarlo como algo sin sentido que simplemente sirve para alimentar a las masas.
Aún así, no se puede ignorar los méritos de libros como Los juegos del hambre de Suzanne Collins o la referida Divergente.
Usando un lenguaje simple con personajes fáciles de identificarse, las autoras presentan dos versiones del mundo. En Divergente vemos una sociedad ideal, en la cual la humanidad ha avanzado hasta tal punto que ha decidido dividirse por rasgos de personalidad, alejando a los jóvenes de sus padres cuando empiezan a revelar sus propias aptitudes e intereses, manteniendo los grupos similares juntos y encargándose, cada facción, de una tarea en específico para el funcionamiento de la ciudad. La población debe acoplarse a este régimen, de lo contrario serán desterrados a una zona abandonada de la ciudad sin acceso a alimentación ni refugio. Sin revelar mucho del plot en el último libro, basta decir que más que una sociedad idílica, es un experimento social cuidadosamente construido por fuerzas externas.
Lo que se pinta al inicio como la sociedad ideal, pronto se sale de las manos al inevitablemente pelearse los grupos entre sí. Si algo demuestra esto, es que no importa que tan ideal sea el sistema, una segmentación de la sociedad nunca funciona. Los encargados de este programa tratan desesperadamente de dividir a las personas y de perseguir a aquellos que son distintos o “divergentes” -como lo es la protagonista- porque son una amenaza para el sistema; mientras que aquellos que fallan al encajar en sus respectivos sectores, son exiliados, dejados a su suerte sin posibilidades de trabajar o vivir dignamente. Pero de lo que aparentemente no se dan cuenta es que al aislarlos se les motivará a pelar con más fuerzas para obtener un equilibrio entre los poderes que controlan la ciudad y las condiciones de vida.
En Los Juegos del hambre vemos una sociedad que está dividida por sectores de producción, con la capital viviendo en abundancia e indiferencia a la gente que vive en las áreas rurales y trabaja por los insumos de los cuales la ciudad se beneficia. El contraste entre sus habitantes es increíble, puesto que quienes viven de forma acomodada en la ciudad son completamente indiferentes al sufrimiento de aquellos afuera. ¿Les suena conocido? Porque a mí siempre me recuerda a Guatemala y me sorprende que nadie pareciera notar esta semejanza. Tenemos en pantalla grande el claro ejemplo de nuestro país y parece que lo único que le preocupa al público es con quien se casará la protagonista. Mientras que eso dice mucho de nuestro pensamiento acerca de la mujer, ese no es el tema.
No, no nos sentemos a verlo por televisión, está aquí mismo en nuestras calles, los niños pelean por comida y buscan la manera de sobrevivir, el asunto es que nadie lo televisa y a casi nadie le preocupa la situación.
No lo filmamos pero vivimos en un país donde vemos a dos jóvenes ayudantes de bus pelearse a golpes en la parada de este y lo único que pensamos es que están atrasando el tráfico y llegaremos tarde. Vivimos en un país donde se continúan llevando a cabo los bautizos en la Universidad Pública y todos compartimos el vídeo pero a las semanas ya se nos olvidó; así como ponemos en nuestro estado de Facebook #JeSuisCharlie y ni sabemos los nombres de los periodistas asesinados recientemente en el interior del país.
En estos libros, ambas autoras tratan de advertir hacia dónde vamos, Collins llamando la atención a esa indiferencia y desigualdad social en la que vivimos; Roth a esa insistencia de separar a las personas por ser distintas y castigándolas por este mismo hecho. Sin embargo, ambas son estadounidenses, me pregunto qué giro le habrían dado a sus historias si se encontraran en Guatemala.