Pablo de la Vega

¿Cómo se puede vivir en un país en el cual solamente se vive para la muerte? ¿Acaso ya perdió sentido el vivir, y de nada sirve el lograr “algo” en la vida? Guatemala se encuentra entre los países más violentos de América Latina; su población vive con miedo, un miedo al vivir, puesto que ya ni salir de la casa es un acto confiable. Lo material ha adquirido suma importancia a nivel social y es la causa de tanto delito, ya que el que no tiene consigue para subsistir, y el que tiene codicia, más de lo que ha obtenido. Pese a la evolución tecnológica y los grandes avances en estos campos, lo espiritual en el ser humano ha tomado un papel secundario, o bien, se ha modificado en un sin número de derivaciones “espirituales” que prometen “salvación”. ¿Dónde queda el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, esa verdadera semilla de amor incondicional y enteramente humano?

Aquí es dónde el espíritu ignaciano nos lleva más allá de lo mundano. El deseo de superación, el encuentro de uno mismo a través de la reflexión deseando ser más nos promueve hacia los demás, ya que nos damos cuenta que el prójimo es “otro yo”. Un yo que no tiene las mismas oportunidades, pero sí las mismas facultades. Alguna vez te has puesto ha pensar ¿y si yo fuera indigente, criminal o pobre, cómo viviría? Pero analicemos más profundamente este pensamiento con otra pregunta: si yo fuera indigente, criminal o pobre ¿qué me gustaría que hicieran por mí?  La respuesta más probable sería: “ayudarme” a vivir.

 El ser humano es un ser “para la ayuda”. No existe persona alguna que haya o vaya a pasar por este mundo sin necesidad que “algún otro” le “ayude” en algo. Por más orgullosa que sea la persona, por más egoísta y carente de humildad, en algún momento de su vida va a necesitar de otro para conllevar una acción. Esta tendencia a ayudar es lo que caracteriza al ser humano como un ser social, puesto que avanza en conjunto, brindando apoyo desde el nacimiento mismo de la persona.

Por tanto, la mejor manera de lograr un desarrollo en sociedad es desarrollando este acto de “ayudar” a los demás. Esto no quiere decir que tengamos que ir a meternos en el rincón más paupérrimo del país y llevar víveres a los más necesitados, no. La ayuda se profesa a través de una buena convivencia, del reconocer en los demás “otro yo” que quiere salir adelante, y para ello necesita que “yo” lo “ayude”. El practicar esta ayuda conlleva a que el ser humano pueda desarrollarse completamente como ser y, de esta manera, encontrarse a sí mismo a través de los demás, puesto que reconocería al otro como “yo”, fomentándolo a ponerse en el lugar del otro: el “trata a los demás como quieres que te traten”, que nace del espíritu Cristiano de “ama a tu prójimo como a ti mismo”.

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