Anónimo/ Colaboración/
Solo fue una vez, pero sí… yo intenté suicidarme.
Tenía 15 años, estudiaba en un buen colegio y no me había sucedido ninguna tragedia más que la vida misma, la cual para alguien de 15 años puede ser, en verdad, dramática. Mi papá llevaba algunos años sin conseguir trabajo, era alcohólico y a veces desaparecía de la casa hasta por tres días. Mi mamá, una controladora, muy enojada y trabajaba todo el día para mantener el hogar.
Aunque eso fuera todo menos un hogar.
El “irme” (como yo lo veía) era una gran tentación. Desaparecer, irme lejos y nunca regresar, pero ¿qué posibilidades reales tenía yo de hacer eso cuando era todavía menor de edad y totalmente dependiente de mis padres? La solución a todos los problemas era cada vez más obvia.
Desaparecer… acaricias la idea, la examinas, la desechas y la vuelves a retomar. Las tardes después del colegio eran solitarias, nadie en casa, el momento perfecto. No podía pensar en otra oportunidad, así que tomé valor y lo intenté. No lo planifiqué, probablemente por eso fracasé. Tenía tanto miedo que estaba por arrepentirme, pero pensé en lo que me esperaba si no lo hacía. Es decir, pensé en seguir igual, seguir con la vida que llevaba. No tenía sentido.
Y doy gracias porque mi plan no funcionó, pero en mis peores momentos, todavía acaricio esa posibilidad.
Años más tarde me enteré de que una amiga cercana también lo había intentado pero no lo discutimos de manera profunda. La situación en su casa era similar, pero era su madre quien no tenía trabajo, su padrastro era abusivo y sus hermanos la ignoraban.
Con el paso del tiempo empiezas a ver todo desde otra perspectiva, es decir, esas condiciones no eran suficientes para dejar de existir ¿o si? Creo que aunque tratemos de ponernos en los zapatos del otro, no somos capaces de entender a cabalidad lo que puede estar sintiendo. Cada caso es distinto, cada persona tiene formas diferentes de entender la vida.
En aquella época, ese no era un tema muy mencionado, el tema de moda eran los desórdenes alimenticios. Pero nadie habló con nosotros del suicidio.
Creo que esto contribuyó. Tal vez si nos hubieran explicado las consecuencias psicológicas para los miembros de nuestra familia, para nuestros compañeros de clase, para nuestros amigos. Pero todavía dudo que hubiera hecho alguna diferencia.
No, no lo dije a nadie. Es más, nunca se lo conté a nadie hasta hoy. No estoy muy segura de por qué lo hago, creo que para expresar un sentimiento escondido y olvidado de “no poder hacer nada” y porque considero que no debemos quitarle a nadie el derecho de sentirse triste. Incluso cuando pareciera que esa persona tiene muchas cosas por las cuales estar agradecido, no conocemos qué hay en su corazón.
Si tienes amigos que están pasando por una depresión fuerte, no los juzgues ni trates de convencerlos de que no tienen razones válidas para estar tristes. En vez de eso, acompáñalos, aconséjalos y si es un caso muy grave, busca ayuda, pero no les quites ese derecho y mucho menos los abandones. A veces un hombro amigo que soporte las lágrimas, una mano suave que las seque y un abrazo sincero pueden hacer toda la diferencia en el mundo.
Fotografía: www.deviantart.com Crédito: mehrdadart