Aún recuerdo esa tarde de julio, iba tarde a clase (creo que me había dejado el bus) y cuando entré al salón, todos estaban sentados entorno a mi maestra, todos observaban fascinados cómo contaba las cosas. Ella sostenía en sus manos unas hojas de periódico, con la noticia de que el Mars Pathfinder había logrado un aterrizaje exitoso y con ello, la búsqueda de vida en Marte daba inicio. En ese entonces tenía 6 años y la vida era tan simple: amaba los dinosaurios y soñaba con ser paleontólogo, encontrar algún hueso en el jardín de mi casa o viajar a lugares donde pudiera encontrar un nuevo fósil que fuera de un dinosaurio del que nadie tenía idea y ponerle mi nombre. Pero estaba allí, sentado y con la boca abierta, no daba crédito a lo que escuchaba: ¡Habían otros planetas!, en mi inocencia, pensaba qué clase de fósiles iban a encontrar y si estos serían diferentes a los dinosaurios que habitaron la tierra hace millones de años. Jamás pude volver a ver el cielo y las estrellas de la misma forma, saber que allá afuera habían otros planetas, otros soles y quizá, otras personas para platicar.

La curiosidad es parte del corazón humano, es ese deseo por conocer que hay más allá de lo que nuestros ojos alcanzan a ver; nuestro niño interno se inquieta ante las preguntas y se alegra cuando decidimos buscar respuestas. De acuerdo a Jason Silva, en nuestra búsqueda de respuestas o mejores preguntas, hay tres herramientas fundamentales que nos ayudan a entender lo que nos rodea: exploración (mapear el mundo), ciencia (entender el mundo) y aventura (sentirnos vivos). Cada una de ellas a disposición de las personas dispuestas a dejar los límites de su zona cómoda.

¿Pero cuántos de nosotros salimos de esa comodidad? Crecemos y dejamos de soñar con ser astronautas, bomberos, futbolistas, policías o paleontólogos; cambiamos nuestros sueños y anhelos, por algo que nos asegure un buen sueldo y una vida estable (casa, pareja, hijos y perro);  morimos lentamente, dejamos de retarnos, nos acomodamos en nuestros sillones frente al televisor y la curiosidad carece de sentido. Aunque no tenemos que ser adultos para dejar de luchar por nuestros sueños, estos pueden morir desde que somos niños o a lo largo de nuestra adolescencia/juventud. ¿Cuándo fue la última vez que leyeron un libro por placer? ¿Cuándo fue la última vez que hicieron algo por primera vez? ¿Cuándo disfrutaron hacer una tarea? ¿Cuándo fueron a la biblioteca o Google y buscaron más información sobre algo que escucharon en clase?

¿Cuándo fue la última vez que usaron la tecnología para aprender y no para matar el tiempo?

A nuestra disposición están los recursos y la información que necesitemos, la tecnología recorta distancias, la cultura es compartida y la ciencia nos acerca a nuevos horizontes; sin embargo, nos ahogamos en información y morimos de sed en nuestra búsqueda de sabiduría, odiamos nuestras diferencias, nos enajenamos y olvidamos vivir por estar conectados. El internet y la tecnología tienen ese extraño poder de hacer que las personas se olviden de vivir, pero creyendo que están viviendo; es tan absurdo, pues se deja de disfrutar, sonreír o incluso amar, lo importante se vuelve mostrar a otros que disfrutas, sonríes y amas… aunque no sea cierto. La mayoría de nosotros lleva en su bolsillo un teléfono que, según datos de la NASA, son más poderosos y compactos que las computadoras que pusieron al hombre en la luna. ¿Y en qué estamos usando estas supercomputadoras? En una infinidad de cosas, dignas de la creatividad humana, pero muchas de ellas de poco o ningún beneficio para el desarrollo de la humanidad.

Pero no gastemos más palabras en las personas que se niegan a comprender el potencial humano y el abanico de oportunidades que la tecnología pone ante nosotros. Porque en esta cotidianidad monótona, hay quienes descubrieron a Tesla y no se tragaron los cuentos que nos venden sobre Edison; ellos se negaron a dejar de soñar,  hicieron todo lo posible por ser inventores, astronautas, bomberos, científicos y paleontólogos, están reduciendo la distancia entre Marte y la Tierra, para que en algún momento estemos a solo 30 segundos del planeta rojo. Mientras veía la serie de National Geographic “Mars” hubo un momento que movió todo en mi interior: el primer aterrizaje exitoso que lograba SpaceX con el Falcon 9:

 

Cuando ves científicos de todas las razas, credos y naciones unidos por un objetivo común, aguardando expectantes por el resultado del trabajo conjunto, para luego explotar en júbilo y lágrimas de gozo al ver completada con éxito su misión, es inevitable que no te den escalofríos y compartas su felicidad. Ciencia, aventura y exploración en todo su esplendor. Es allí cuando te das cuenta que la tecnología avanza para cosas más trascendentales que tomar selfies, vines, snaps o crear memes; también se está luchando por expandir las fronteras del conocimiento y la civilización. Para algunos resultará insensato gastar millones en la búsqueda de vida inteligente fuera de la tierra, habiendo problemas más reales, tangibles e inmediatos en nuestro planeta, pero la ciencia suele ser un campo más fructífero que la religión, en lo que concierne a que la humanidad se permita soñar y trabajar en conjunto, para demostrarnos que somos capaces de ver mas allá de nuestro egoísmo e indiferencia.

Así que, a los que anden en búsqueda de nuevas y mejores preguntas, quiero parafrasearles unas líneas de mi columna anterior: Necesitamos lo que llevas en tu corazón, las ideas que nacen en tu cabeza; porque ya hay demasiadas “personas exitosas” en el mundo, pero no necesitamos más de eso, el éxito no lo es todo en la vida. Queremos más cuenta cuentos, amigos, científicos (y científicos locos), sanadores, amantes, exploradores y aventureros en todas las formas y colores; personas que vayan más allá de lo establecido y se atrevan a marcar nuevos rumbos, a crear nuevas realidades para todos… hombres y mujeres que desde cualquier rincón,  luchen por la ciencia, la vida, el amor, la fe, el respeto y la alegría.

Imagen

Compartir