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Gabriela Carrera/ Opinión/

Brújula fue el primer espacio en el que escribí. Recuerdo cómo lo pensamos quiénes estuvimos en ese momento en que nació, Roberto Liao y Marcela Gereda. Traigo a mi memoria la presentación en la que Roberto hablaba de romper burbujas, las burbujas en las que vivimos muchos jóvenes guatemaltecos, urbanos, universitarios. Visitamos sedes y campus, fui camarógrafa, sostuve muchas veces el micrófono, presentaba el proyecto y escribía. Nos inventamos formas de llegar a los jóvenes de la Landívar, soñamos con un periódico de jóvenes, porque es imprescindible construir nuestra propia voz. Aprendí en Brújula que podía escribir y que era una manera para adentrarme en muchos mares: el mío, el de la universidad, el de la política, el de la propuesta. Escribir, aunque no lo supiera, sería parte de mi vida en los siguientes años.

Cuando comencé en Brújula era estudiante de Ciencia Política y trabajaba en la recién estrenada Dirección de Incidencia Pública. Como estudiante, me sentí parte inmediatamente de un proyecto que apostaba por la juventud, por la juventud y la comunicación. En ese momento de la vida -lo comprobé- el pensamiento crítico es como el cemento, necesario para elevarse en la persona que se quiere ser, ser sólido en lo que piensa, se aprende a forjar argumentos que se basen en la historia, en los hechos, en lo comprobable. El pensamiento crítico tiene dos aliados para todos, y es leer y escribir. Sin ellos, se debe transitar por un camino más difícil poder entender nuestra realidad, en todas sus dimensiones.

Eso me ha gustado siempre de Brújula, que da a leer y nos permite escribir.

Brújula comenzó a crecer, yo lo vi. Éramos ya bastantes corresponsales, llegó Liza y Andrea y Laysa. Se fue a otras universidades, se llegó a otros muchos jóvenes, se hablaba de los proyectos que llevaban, se apoyó a los normalistas, a los migrantes… fueron a la radio. La burbuja puede estallar, la burbuja de la indiferencia y la comodidad. Supongo que esa es una de las razones más sustanciales de ser de este periódico virtual, y tal vez la más importante razón de ser de mi cariño.

Escribir en Brújula fue hablar de la Landívar, con lo que me siento tan identificada y con lo que hice parte de mí después de estar ahí tantos años. Pensar en la Landívar es pensar en lo que creo que puede llegar a ser una universidad comprometida con la realidad de un país.  Significó hablar de jóvenes de otros lugares de Guatemala, y dejar que ellos hablaran, desde sus contextos y su cotidianeidad. Aquí me enfrenté a mí misma hablando de Ilda. Fue hablar de Ana María, de los libros que leí de niña, de marimbas que sanan el corazón. Es cierto, en Brújula escribí mucho de mí y de los míos, me atreví a confiar secretos, a compartirlos para que fueran menos secretos y menos míos, para exorcizar algunos y para que otros se pierdan en la infinidad de la red, y que algún día alguien en algún lugar (no importa cuál), lo traiga al presente al leerlo.

Yo ya tengo 27 años. Ya mi vida está lejos de las aulas, de la comunidad estudiantil. Comencé a escribir en Brújula, hace 5 años ya. Es hora de partir y es la primera vez que escribo para decir un adiós. No sé muy bien cómo hacerlo, y me ha costado mucho decidirme. Dejar un espacio siempre es difícil, pero dejar el primer lugar, el que confió en ti, supongo que lo es más. En fin, escribir para un adiós es lo que toca hoy.

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